Cuando hace unos años me acerqué al Centro Cultural Borges para inscribirme en un taller literario, solo terminé mirando la información sobre clases de danzas afro (http://laurarabinovich.blogspot.com/) Así, en cuestión de un minuto opté por la idea de la representación y comunicación a través del cuerpo. Desde ya se abrió todo un mundo de conocimiento que –mas allá de la técnica propia de este tipo de danzas- implicó necesariamente un aprendizaje en torno a lo cultural y religioso.
Meses más tarde, tuve la oportunidad de viajar a Cuba y -aunque fue un viaje confeccionado y decidido en no más de tres días- traté de brindarme un espacio para buscar información respecto de la cultura y prácticas africanas que continúan en esa región, un poco por contraste con cierta cercanía y accesibilidad de conocimiento en cuanto a los mismos tópicos en Brasil. Con más ganas que sabiduría, en la placita de libros de la Habana me encontré con dos maravillosas publicaciones. La primera es una selección de ensayos etnográficos de Don Fernando Ortiz (http://www.ffo.cult.cu/fortiz.htm), editada en 1984 y; la otra, es la que nos da el tema de hoy cuyo foco central es la oralidad: la música, la religión, la poesía, los bailes, la propia filosofía de la vida. La música y la religión presentes en la Cuba actual que han conservado el léxico y la cultura africana.
Oralidad y africanía en Cuba presenta la fusión de las distintas culturas africanas en su llegada a esas tierras. Culturas que junto a las formas europeas imperantes dieron marco a la identidad “cubana”. Desde ya este trayecto no fue sencillo, pues tuvieron lugar por lo menos dos grandes factores: el primero refiere que los esclavos traídos de áfrica provenían de distintas regiones, y por lo tanto trajeron consigo diferentes creencias, lenguas y costumbres. El segundo factor, se debe a la prohibición de manifestar abiertamente su cultura, hecho que conllevó a distintos “disfraces” como el sincretismo religioso con el catolicismo para continuar con sus rituales. Nuestra autora, explica cómo este último proceso permitió conservar el núcleo básico de significaciones propias mas allá de los aspectos simbólicos tomados de la cultura dominante. De esta manera, las tradiciones religiosas de antecedente africano actuaron como fuente de resistencia cultural y han preservado hasta la actualidad las cosmogonías de los dioses de África, pensamiento que incluso se ha ido diluyendo en algunos lugares del propio continente originario.
Considero a este libro, una excelente entrada al estudio del devenir de sociedades alcanzadas por la trata de esclavos y de cómo todo ello fue conformando una amalgama identitaria tan vigente y real como la propia intención de ocultarla que existió durante siglos. Así desde la época colonial, Mirta Fernández nos presenta los distintos hechos que intensificaron la presencia africana en América con foco en el gran Asiento concedido por Carlos II en 1518; licencia que permitió la importación de 4000 esclavos. A partir de allí, al igual que en Brasil, Barbados, Jamaica y Saint Dominique entre otros, Cuba entra en el proceso de expansión e intensificación de las plantaciones de azúcar.
Como bien detalla la autora en el primer capítulo de su libro, los hombres y mujeres esclavos que llegaron a América provenían de al menos cien pueblos diferentes de todas las regiones del sur del Sahara. Algunos de ellos pertenecieron a grandes imperios como los de Ghana, Malí, Songai, Sokoto, Kanem-Bornú y de reinos como el de Congo, otros islamizados como fulbé o de ciudades – estado con gran desarrollo cultural como los yoruba. Ya hacia el final de los años de trata son las naciones lucumí o yoruba, los carabalí y los arará los que predominan. Para todos ellos comenzó un proceso de no retorno, que mas allá del sufrimiento que ello implicó, propuso indirectamente la gestación de una nueva cultura con elementos de todos.
Los capítulos restantes tienen por intensión la presentación de distintos aspectos culturales, donde nunca se perderá el foco en la palabra. La cuestión religiosa: la Regla de Oshá o Santería, Los Congos o Paleros, La regla de Arará y los Abakuá; las lenguas africanas en cuba: yoruba o lengua de santeros, el congo o palero en cuba, la lengua de los arará y la lengua de los abakuá; Finalmente, se presenta la memoria oral cimarrona: música, canto, poesía, proverbios de áfrica y Cuba y literatura sagrada yoruba. Cada apartado es generoso tanto en referencias de otros estudios como en ejemplos sobre la deriva de los temas abordados. La riqueza explicativa de corte antropológico, no permite desviar la atención en ningún momento, ya que un mismo proverbio o un vocablo pueden tener tantas acepciones como fuentes originarias.
Este trabajo nos presenta un mundo complejo del que hay mucho que aprender. En lo personal, representó una fuente amplia de conocimiento y de apertura a nuevas búsquedas intelectuales. Reconozco que por momentos parecía perder el hilo ante tanta información, pero es por demás interesante tener acceso a relatos de ceremonias, testimonios de investigaciones tanto en áfrica como en América, entre otros aspectos. Lo que rescato como más valioso, es la voz de los herederos, la presencia constante de sus miradas y conocimientos. Además no puedo dejar de admirar y respetar estos estudios culturales que en Cuba llevan siglos y que se han esforzado por rescatar todas las fuentes posibles de una cultura en esencia oral. La conclusión es que podemos reconocer en este texto que nos expresamos a través de Africa.
Tomar una sola cita para compartir me resultó muy difícil, pero aquí propongo algo de lo que podrán encontrar en esta publicación:
“La liturgia de las fiestas sacras de los lucumí en Cuba comienza por un oru u oro, ceremonia en que se ‘tocan’ los tambores batá que ‘moyuban’ a los orishas, es decir, invocan rápidamente a todos los dioses de la Regla de Osha o Santería con locuciones rítmicas y tonales alusivas a cada uno de ellos.
La voz moyuba es yoruba y según Fernando Ortiz significa ´hablar con respecto al superior´ y es por ello que cuando se moyuba se hacen llamados a los orishas para que con su presencia honren las fiestas. Cuentan los viejos santeros que los tambores batá no siempre fueron de shangó, pues: Hubo un tiempo en que Orunlá, el más viejo y poderoso de los orishas, era el único que tenía la virtud de saber bailar y era ‘el amo del tambor’, por lo cual Shangó, dios de la virilidad, le envidiaba a tal punto que hizo un pacto con Orunlá. Este le cedió al joven Shangó el tambor y el don del baile, y este otro le pasó en cambio al viejo el tablero de Ifá, o sea el don de poder adivinar todo lo oculto del pasado, presente y futuro” Capítulo Los tambores sagrados: 138
Oralidad y Africanía en Cuba. Mirta Fernández Martínez. Instituto Cubano del Libro, editorial Ciencias Sociales, La habana, 2005
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