domingo, 22 de noviembre de 2009

LE MOULIN DE LA GALETTE – van Gogh

Van Gogh, Vincent Le moulin de la Galette, 1886 óleo sobre papel entelado 61 x 50 cm

Hablábamos con Mariana acerca de sus posibles clases de pintura y de cuáles eran sus pintores favoritos; tomé nota de ello para recomendarle algún libro sobre estos temas que le fuera de interés. Tarea que todavía no he cumplido debido a la gran diversidad de publicaciones y a que muchas de ellas son de excelente calidad. Entre uno y otro artista, surgió el nombre de Van Gogh y recordé que en el nuestro Museo de Bellas Artes de Buenos Aires existe un único cuadro de él: “Le Moulin de la Galette”; sugerí la idea de describirlo para el blog y, Marian, esta parte sí la cumplí. Así, me encaminé hacia allí a sentarme un rato bajo su luz, a describirlo con el mayor detalle posible y a recordar mis caminatas por el barrio de Montmartre donde saqué todas las fotos posibles del Moulin de la Galette que queda en pie.

Me gustó la idea de comenzar a describirlo desde arriba, quizás por la perspectiva del cuadro y por ese cielo inmenso de un preponderante celeste claro. Algunas nubes difusas en color blanco o gris pasan por él. Abajo, hacia el horizonte, hay manchas de color naranja-rojizo, mostrando que el sol anda “por ahí atrás” dando paso a la futura noche. Desde este horizonte, en el límite entre el cielo y la tierra vienen hacia el frente dos faroles de alumbrado público, desdibujados, apenas unos palos de color marrón que parecen evitar la atención de la mirada. Entre ellos se ve un esquema de construcción tipo glorieta en color bordó y verde, con dos manchas que podrían ser dos pájaros. El último y más próximo farol se encuentra a centímetros de una escalera y de una larga mancha color verde-azulado, que parece ser una madera tipo puente al piso.

La escalera que lleva a la entrada del molino se ve precaria, tiene muchos escalones que mirados desde lejos muestran claramente sus huellas de pertenencia a algún árbol. Están dibujados con un color marrón sucio y algo de amarillo que aporta luz. Las barandas son muy finas y se pierden a medida que se acerca la escalera al suelo. Esta última proyecta una sombra gris pero sin mucha forma que muere al comienzo de la pared del molino. Allí donde termina la sombra y al costado del molino hay una pequeña construcción –parece una especie de choza- oscura y sin mayor forma, donde puede verse una entrada o puerta. A su derecha, nace el molino. Se distingue cada tabla de madera que lo compone en color marrón, amarillo y azul, nunca mezclados sino superpuestos, contaminados y opacos. Las maderas de la pared que se nos presenta más próxima sobresalen, pues son más largas que lo necesario para estar unidas a la pared de atrás, como si nadie se hubiese molestado en medirlas.

Sobre la puerta del molino hay una suerte de balcón o mirador rodeado de una baranda mínima y delgada. Subiendo la mirada un poco más, aparece un techo con caídas de agua y una ventana redonda en color blanco. Arriba de este, una pequeña terraza con baranda, dos banderines verdes y un mástil que sirve para soportar el farol y la bandera francesa. Atrás de toda la construcción, se ven partes de dos aspas enormes que “terminan fuera del cuadro” en un color marrón intenso.

Frente a la casa, tenemos una pareja, que lleva marcados sus contornos. La mujer viste de largo y el hombre, que parece llevar un sombrero, viste de azul. Están muy juntos, abrazados y mirando de frente al pintor. Son campesinos, pura sencillez de las formas. El suelo que pisan y sobre el que descansa todo el cuadro parece arenoso, amarillo y gris.

Hasta aquí lo que me muestra el cuadro. Como todo, hay obras más o menos representativas, pero en el caso de Van Gogh, por lo que he podido ver en distintos museos, cada cuadro es muy original en el sentido de los colores y pinceladas. Desde ya quienes saben de esto dividen en períodos, técnicas, corrientes pictóricas y demás lo que uno puede anotar de manera intuitiva. Este cuadro, como otros tantos pintados por Vincent durante el periodo 1886-1887 mientras vivía en París e incluso sobre vistas muy parecidas del moulin Blute Fin y del moulin Radet, tiene su fuerza en la pincelada pero también en el las líneas que dibujan el contorno. Son trazos sintéticos pero demarcadores que van dando paso al post impresionismo.

En cuanto al París del momento, a la historia de Montmartre y el Moulin de la Galette hay mucho pero mucho por decir. Simplemente menciono aquí, que esta zona en ese entonces era rural; había viñedos, algunos de los cuales persisten al día de hoy. Ya en la época de Vincent aparecen los cabarets y el movimiento de la bohemia. Es increíble ver como en las manzanas que rodean al Moulin de la Galette en la actualidad, se encuentra el Lapin Aguile y un pequeño viñedo. Caminar por sus calles implica vivir toda esta historia al mismo tiempo, entremezclada con la de nuestros días.

Dejando de lado la descripción y los comentarios generales, paso a terminar la entrada con lo que me pregunté mientras observaba el cuadro, ¿en dónde radica su belleza? Y me respondí, “definitivamente en la perspectiva, en el inmenso molino y en el cielo celeste que todo lo abarca, en la claridad. Los humanos parecen mínimos”.

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Algunos links de interés:

http://historiasvangogh.blogspot.com/

http://es.wikipedia.org/wiki/Vincent_van_Gogh

http://www.mnba.org.ar/obras_autor.php?autor=362&opcion=1

miércoles, 11 de noviembre de 2009

LA DUQUESA DE LANGEAIS – Honoré de Balzac

Hay algunos escritores –pocos quizás- que jamás nos defraudan; sabemos que si tomamos un libro de ellos seguro nos gustará y acudimos a ellos cuando necesitamos regular las ganas de experimentar con nuevas lecturas. Para mi representan un “volver a casa”, a la lectura que discurre placentera, que nos infunde sensaciones, que nos invita a pensar en algunas cosas muy básicas del ser humano y de la sociedad: Balzac es para mí uno de esos adorados escritores y quizás es por ello que escribo poco sobre él a pesar de haberle dedicado muchas horas de lectura de sus obras, horas de librería en búsqueda de obras de él o sobre él, horas de internet buscando información y mayor comprensión, horas de caminatas por París buscando la Maisón Balzac.

La Duquesa de Langeais es en esencia una historia de amor: nos encontramos con el General Armand de Montriveau, un hombre reconocido en la sociedad parisina por sus aventuras en áfrica y que parece no conocer mucho de los juegos sociales y sus apariencias; y por otro lado Antoinette, casada con el duque de Langeais, que disfruta de su vida social, de tener tras de sí muchos galanes y de jugar con ellos a su antojo. Si bien podemos imaginar qué sucesos puede deparar el encuentro de estas dos personas, la forma en que se suceden los hechos en la novela y su final no desconciertan pero sí atrapan.

La Duquesa de Langeais forma parte de “la Historia de los Trece” junto a Ferragnus, Jefe de los devoradores” y “la Muchacha de los ojos de oro”; esta trilogía es escrita por Balzac antes de su inspirador proyecto de la Comedia Humana. Sin embargo las incluirá luego. Al fin y al cabo, estas historias nos presentan verborrágicas páginas donde se describe a la sociedad del momento con un tono por demás crítico. La novela que nos toca (del año 1836), parece empecinada en mostrarnos a Paris y su aristocracia como un suceso en decadencia, donde ya los brillos no tiene razón, donde las clases altas no saben adaptarse inteligentemente a los tiempos que corren ni manejar el poder, donde la burguesía adquiere su peso… donde sin más… que lo que se vive es un restauración mímica de lo que fue alguna vez la sociedad parisina pre-revolución de 1789. Cuando se trata de describir cómo es una sociedad, cómo se comportan sus personajes destacados y cuáles son sus hábitos indefectiblemente se incluye una dimensión política. Y en este sentido el narrador no escatima en explayarse en cómo ve el nuevo sistema de gobierno, en qué rol debe tener el pueblo y la aristocracia en este juego político; y en señalar agudamente el devenir de la historia, usando a todos los personajes inteligentemente. 

Curiosamente, Balzac solía escribir en soledad por unas quince horas diarias. Su casa alquilada bajo otro nombre (nuestro escritor vivió casi toda su vida endeudado) en el barrio Chaillot http://www.ciudadluz.net/escri/balzac.htm , que hoy es un museo, trata de reflejar su forma de trabajo. Simplemente uno se pregunta de dónde sacaba tanta información para escribir su Comedia Humana. La duquesa de Langeais no parece escaparse a la dinámica de la relación que mantuvo el propio Balzac con Ewelina Hańska, una condesa de origen polaco… Pero eso es solo suposición mía. 

http://es.wikipedia.org/wiki/Honor%C3%A9_de_Balzac

“En lugar de mostrarse protector como un grande, el faubourg Saint-Gemain fue ávido como un advenedizo. Desde el día en que se le demostró a la nación más inteligente del mundo que la nobleza restaurada organizaba el poder y el presupuesto a beneficio propio, desde ese día, quedó mortalmente enferma. Quería ser una aristocracia cuando no podía ser más que una oligarquía, dos sistemas bien diferentes…” Capítulo I:48
La duquesa de Langeais, Honoré de Balzac. Editorial Losada, Buenos Aires, 2009. 

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