lunes, 8 de agosto de 2011

ISIDRO VELAZQUEZ, EL ULTIMO BANDIDO RURAL - Pedro Jorge Solans

Este libro representa un regalo que, debo confesar, me sorprendió. Sobre todo por el tema; quiero decir, por ese cierto aire moderno y cercano de la “leyenda” de los Velázquez y, en particular, de Isidro.  Si uno se pone a pensar en personajes históricos  legendarios/polémicos y si ellos provienen de cualquier otro lugar que no sea Buenos Aires, nuestra mente fuga hacia 1880 máximo. Pero del siglo XX encontramos poco y nada en términos de masividad, y en ese poco y nada de identidades históricas pongo una amplia y generosa bolsa de anecdotarios que pueden ir desde políticos hasta clérigos o bandoleros. Por ello, la historia de Isidro Velázquez, un tipo como cualquier otro que nació en mayo de 1928 en Mburucuyá  (provincia de Misiones) y que se dedicó a la faena laboriosa y explotadora de las plantaciones de la zona, hace por demás atractiva la deriva de esa vida y el desenlace.
Jorge Solans se propone hacer honor a una serie de testimonios que recorren las huellas que los  Velázquez (Isidro y su hermano Claudio primero, y luego de la muerte de este último, Vicente Gauna) dejaron en toda la zona; huellas que en el caso de Isidro van desde hechos concretos relacionados a su relación con el monte, su comienzo de peón, su entrada en la delincuencia, el apoyo de los pobladores para protegerlo, su mito de Robin Hood hasta su muerte y su resurrección como sanador y milagroso.
Solans presenta un libro de anotaciones. Cada párrafo alude a algún aspecto distinto de la vida de Isidro y donde el lector hace el ejercicio de reconstruir el devenir desde el Chaco al Paraguay, de la niñez a la adultez, del trabajador al delincuente, del delincuente al vecino generoso y protegido, de la muerte a su trascendencia. La información es jugosa y detallada, pero desordenada y por momentos caótica. Se aprecia, es cierto, el conocimiento del entorno y la vida de la región, de las costumbres y cadencias de los pueblos. Me quedé con la sensación, que si todo formara parte de un gran relato sería una de las mejores historias para contar…
No puedo dejar de rescatar hacia el final del libro, las propias anotaciones de Isidro o sus historietas, las fotos de los que hicieron parte de las idas y venidas de su historia: policías, familiares, vecinos, médiums, personas que se acercan a su cruz para dejar una ofrenda. Todo junto es realmente impactante.  Como dice Hugo Chumbita (http://hugochumbita.com.ar/ ) en la contratapa “medio siglo después de la tragedia de los últimos bandidos rurales, nuestra sociedad y el mundo han cambiado, siguen cambiando, y la discusión sociológica de los años ’60 continúa abierta. Aunque ni la revolución socialista ni la liberación del tercer mundo serán ya lo que eran, estos rebeldes indomables son aún un símbolo profundamente conmovedor, emblema de la insurgencia popular”. Sobre esto, y a la luz de la Argentina actual, uno no puede dejar de pensar cuán poco ha cambiado la situación de explotación y desamparo de gran parte de la población de las provincias del litoral y del norte. Por momentos, al repasar anécdotas del libro, parece que uno está leyendo un diario de la actualidad.
Para cerrar, quiero contar que esta suerte de anecdotario, me permitió investigar algo más de los casos mencionados, comprender algún que otro chamamé (Oscar Valles, El último sapucay) que anda dando vueltas por allí o saber que este mismo 2011 se estrenó una película (Isidro Velázquez, la leyenda del último sapucay) dirigida por el correntino Camilo Gómez Montero que cuenta esta historia: la de un paisano que comenzó trabajando en los campos del Chaco y se entreveró de buenas a  primeras en enredos policiales que lo volvieron un mito en propia vida. Como si solo quienes son de esos parajes (el propio Pedro Solans es chaqueño) pudieran entender la importancia de esta figura.

“48. Una noche cenaron con los cosecheros en una chacra donde estaban levantando algodón. Repartieron comida  y matearon hasta tarde.
Antes de irse, Isidro mandó al dueño del campo a que avisara a la policía  y escribió Velázquez en el suelo del patio con las cápsulas de proyectiles vacías. Se fueron hasta la Legua 64  y volvieron dejando un caminito en el monte.
Los Velázquez, mientras tanto, escuchaban qué decían los agentes. Cuando salieron a perseguirlos, aprovecharon para dormir. Luego bajaron y  rumbearon para La Verde.
Había tiempo de sobre, porque los buscaban por Campo Moreno.
49. Los Velázquez confundían a la policía usando las técnicas del zorro y del guazuncho, caminaban doscientos o trescientos metros dejando los rastros y volvían luego por donde había pasto” II Parte, Pag 83

ISIDRO VELAZQUEZ, EL ULTIMO BANDIDO RURAL  - Pedro Jorge Solans. Ediciones Continente. Buenos Aires, Argentina. 2010



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