Convencida de que solo cierto
tiempo para la contemplación y el ocio permiten que nuestra mente teja hilos de
reflexión, creatividad y sueños; militante de esos espacios perdidos por el
empecinamiento obsesivo de una sociedad donde “siempre hay algo por hacer” y
donde, hasta la vida social se ha traducido en una suerte de obligación que nos
roba el poco tiempo que queda entre el agitado día de actividades y las ya
pocas horas de sueño; retomo la relación con la novela decimonónica, con sus
autores y publicaciones, allí, donde este nuevo estilo de vida comenzó a
gestarse hace un par de siglos.
Podemos decir sin equivocarnos
que Dickens fue el escritor más popular de la era victoriana. Ese acercamiento
a lo cotidiano sin perder la mirada suspicaz y sin resignar un ápice el espacio
a la erudición y expresión literaria, hacen de él un autor profundamente
admirado en lo personal. Fue producto de una sociedad en proceso de cambio,
víctima/consecuencia de ello en todo sentido: desde su niñez austera, hasta su popularidad
como escritor gracias a las entregas semanales de los diarios, al crecimiento
de la lectura por parte de la nueva burguesía y al incipiente sistema escolar
que posibilitó tal cosa.
“El viajero sin propósito” es una
selección de relatos que publicó Dickens en un semanario fundado por él mismo
llamado All the year around, empresa
exitosa con una tirada importante para la época (100.000 ejemplares promedio).
A partir de 1860 Dickens comenzó a escribir estas crónicas bajo el nombre de Uncommercial Traveller. Como señala el
prólogo de Pedro Tena (quien además hizo la traducción por primera vez al
castellano de estas historias) que hoy
presentamos, bajo esta identidad se agrupan una serie de textos de variados
temas que tienen como hilo conductor el viaje donde el autor lleva notas sobre
impresiones, anécdotas y reflexiones sobre las situaciones que experimenta en
estos recorridos.
Dickens usaba el viaje como vía
de escape para contener una gran energía que solía desvelarlo. Así, en esos paseos por
la propia Londres, Inglaterra, Francia, Suiza o Italia no sólo involucró a la
contemplación, sino que sumó imaginación y su cuota de ironía al servicio de
técnicas narrativas. Por supuesto, nunca abandona la mirada crítica de la
sociedad que le tocó vivir y observar, pero en estos relatos abre un espacio
diferente a cierta mirada autobiográfica en un relato en primera persona que
nos cuenta, como en un café, sus anécdotas.
Esta publicación consta de diez
relatos, uno a modo de presentación, donde el autor nos explica que es un
viajero sin propósito comercial y cuáles son sus credenciales para definirse
como tal: “Y, sin embargo, procediendo
ahora a presentarme en sentido positivo, diré que me gusta viajar tanto por las
ciudades como por los pueblos, y estoy siempre en circulación. En sentido
figurado, viajo al servicio de la gran Hermandad de los Intereses Humanos,
donde poseo contactos de una considerable amplitud”.
Luego pasa a una serie de relatos únicos;
muchos de los cuales trascienden las épocas. Por ejemplo, la imposibilidad de
conseguir un refrigerio adecuado cuando se tiene poco tiempo para viajar en “Refrigerio
para el viajero”: “Por increíble que
resulte, el camarero es muy frío con usted. Formúlelo como le parezca, quítele
el hierro que desee, pero no puede negarse que es frío con usted. No se alegra
de verlo, no lo quiere allí, y
preferiría por encima de todo que no hubiese ido. A su sofoco, él opone
imperturbabilidad. Por si no fuera suficiente, otro camarero, nacido expresamente,
según parece, para observarlo en este tramo de su vida, permanece inmóvil a
cierta distancia, con la servilleta bajo el brazo y las manos cruzadas sin
quitarle ojo de encima”.
“Viajar al extranjero” es una de
las historias que mas me gustó no solo por el recorrido que pincela tanto la
ciudad como el campo en Europa sino por su delicioso final. Sobre el camino a
Paris dice: “Pernocté una noche en el
camino y disfruté de los deliciosos guisos de patatas y algunos otros platos
sabrosos, que si hubieran sido adoptados en mi país, habrían estado, de un modo
u otro, ineluctablemente abocados al desastre por obra de esa dudosa bendición
nacional que es el granjero británico…”
Muchos de los relatos pasarán por
sus lugares de la infancia, por la suerte social de las cárceles, los manicomios,
las personas como los mormones que viajan a nuevas tierras. Todos con una
riqueza de análisis y detalles admirable. Pero sin duda, aquel relato que se quedó
conmigo por sobre todo es “Paseos Nocturnos”, podría traer mil citas de él,
pero los invito a recorrer la narración sobre las mascotas y la mirada que
expone sobre la posesión, poder, ser dueño de…
Como ya me he extendido demasiado
y como puedo escribir sobre cada hoja del libro algo bueno, prefiero
simplemente recomendar esta lectura en un año especial que recuerda los 200
años de su nacimiento y como una
invitación a recorrer diferentes lugares y épocas, mas no sea con la
imaginación.
El viajero sin propósito, Gadir,
Madrid, 2010
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