viernes, 5 de febrero de 2010

EL VUELO DE LA REINA – Tomás Eloy Martínez

Me permito tomar nota de esas vueltas irónicas de la vida donde uno tiene programado escribir sobre un libro cuyo autor se nos acaba de ir hace poquitos días. Mas aún cuando es el primer libro que de él leo a pesar de tener otros títulos tan exitosos. Como fuere, la lectura de El vuelo de la Reina llegó de la mano de un pedido desesperado de “necesito novelas para leer”.

La trama de la novela en sí misma y el conflicto que presenta es bien universal: un hombre que se enamora de una mujer y no se siente del todo correspondido. Pero la gracia de contar una historia tan clásica radica en la forma de presentar su desarrollo y en el trabajo adecuado de sus personajes. ¿Qué tiene de particular nuestra novela entonces? Por empezar que está anclada en la Argentina de los ’90 y; en sentido amplio, que podría encajar mas que bien en cualquier país latinoamericano durante la misma década y años posteriores también. Así nos encontramos con un director de un diario influyente, que parece manejar los hilos de las noticias con la necesaria habilidad para instalar la agenda pública. Es tal el nivel de corrupción y podredumbre sobre el que se mueve el gobierno y la sociedad que Camargo parte de una supuesta idea de justicia y dignidad a partir de hechos por lo menos objetables.

Paralelamente, nuestro hombre todopoderoso, lleva una vida sentimental opaca y, una relación con su mujer e hijas que podríamos calificar de distante. Pero la vida de Camargo cambia cuando decide contratar a Reina, una periodista mucho mas joven que él. Sus sentimientos hacia Reina van mutando a lo largo de la historia hasta llegar a momentos de máxima insalubridad. En este sentido, si bien nuestro personaje nos cuenta en primera persona qué es lo que piensa de la situación amorosa con Reina, el relato solo nos permite vislumbrar su obsesión a través de su accionar; y no tanto el sentido patológico de lo que le sucede y por qué emerge en ese momento, ya que si bien aparece una crónica similar vivida por un amigo suyo no se sigue el hilo de este punto, ni Camargo lo evoca.

Hay dos temas maravillosamente interesantes en esta novela: leerla es pensar en la Argentina disparatada que nos tocó vivir en aquellos años pero que no pudimos apreciar en toda su dimensión. Cada frase, cada hecho periodístico que se nombra tiene un claro anclaje que no deja de comprometerlo a uno en la reflexión. Y segundo, no deja de ser imponente para el lector, el grado de profunda perversión de algunas relaciones humanas y los amplios espacios que se abren a esta locura a través del poder económico. Ambos temas, por su jerarquía, están muy bien ponderados a lo largo de la historia de modo que convivan pero no se devoren mutuamente.

Por último, el relato está muy bien logrado y es atrapante. Tiene los saltos necesarios como para que uno no pueda intuirlo todo y el final, si bien no sorprende, tampoco es literalmente esperado. En lo personal, me provocó sentimientos encontrados: ganas de leerla y ganas de no querer saber cómo termina; algo así como “ya tuve suficiente con todo lo que leí, ¿va a seguir con mas?”

“A eso de las ocho de la mañana, las radios anunciaron que el presidente se retiraba a meditar a un convento en medio de la pampa. Llevaba consigo el crucifico milagroso y dejaba las terrenales contrariedades del gobierno en manos de su hermano menor, que era el mandamás del Senado. Los noticieros de televisión querían transmitir imágenes del limonero sagrado, pero la custodia de Olivos no permitió entrar a nadie. Hasta los periodistas mas recelosos decían que, después de una experiencia sobrenatural, lo único sensato era lo que el presidente estaba haciendo: rezar y retirarse en soledad” Cap. Cuatro, Pag.87

EL VUELO DE LA REINA, ALFAGUARA, BUENOS AIRES, 2002

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